GRACIELA MONTES. LA ESCRITURA Y LA LECTURA
ESCRIB@MOS
Propuestas de lectura y escritura
PROMEDIANDO 2011
domingo, 18 de septiembre de 2011
Canal Encuentro. El canal del Ministerio de Educación de la República Argentina
GRACIELA MONTES. LA ESCRITURA Y LA LECTURA
domingo, 26 de junio de 2011
martes, 21 de junio de 2011
miércoles, 28 de octubre de 2009
El observador
Afilando el lápiz
1.A igual que el autor, propone un final para este cuento. Gianni Rodari propone tres en su libro, ¿cómo será la tuya?
2. ¿Qué pasaría si....
...llovieran caramelos?
...cayeran gotitas de miel?
...y confites multicolores?
Escríbenos una historia.
Cuando en Milán llovieron sombreros de G Rodari en: Cuentos para jugar
—Eh, usted, ¿es que se dedica a ir por ahí contemplando las nubes? ¿Es que no puede mirar por dónde anda?
—Pero si no ando, estoy quieto... Mire.
—¿Mirar qué? Yo no puedo andar perdiendo el tiempo. ¿Mirar dónde? ¿Eh?¿¡Oh!? ¡La Marimorena!
—Lo ve, ¿qué le parece?
—Pero eso son... son sombreros...
En efecto, del cielo azul caía una lluvia de sombreros. No un solo sombrero, que podía estar arrastrando el viento de un lado para otro. No sólo dos sombreros que podían haberse caído de un alféizar. Eran cien, mil, diez mil sombreros los que descendían del cielo ondeando. Sombreros de hombre, sombreros de mujer, sombreros con pluma, sombreros con flores, gorras de jockey, gorras de visera, kolbaks de piel, boinas, chapelas, gorros de esquiar... Y después del contable Bianchini y de aquel otro señor, se pararon a mirar al aire muchos otros señores y señoras, también el chico del panadero, y el guardia que dirigía el tráfico en el cruce de la vía Manzoni y la vía Montenapoleone, también el tranviario del tranvía número dieciocho, y el del dieciséis e incluso el del uno... Los tranviarios bajaban del tranvía y miraban al aire y los pasajeros también descendían y todos decían algo:
—¡Qué maravilla!
—¡Parece imposible!
—Pero bueno, será para anunciar medialunas.
—¿Qué tienen que ver las medialunas con los sombreros?
—Entonces será para hacer propaganda del turrón.
—Y dale con el turrón. No piensa más que en cosas que llevarse a la boca. Los sombreros no son comestibles.
—Entonces, ¿son de verdad sombreros?
—No, mire, ¡son timbres de bicicleta! ¿Pero es que no ve usted también lo que son?
—Parecen sombreros. Pero, ¿serán sombreros para ponerse en la cabeza?
—Perdone, ¿dónde se coloca usted el sombrero, en la nariz?
Por lo demás, las discusiones cesaron rápidamente. Los sombreros estaban tocando tierra, en la acera, en la calle, sobre los techos de los automóviles, alguno entraba por las ventanillas del tranvía, otros volaban directamente a las tiendas. La gente los recogía, empezaba a probárselos.
—Este es demasiado ancho.
—Pruébese éste, contable Bianchini.
—Pero ése es de mujer.
—Pues se lo lleva a su mujer ¿no?
—¡Se disfraza!
—¡Exacto! Yo no voy al banco con un sombrero de mujer...
—Démelo a mí, ése le va bien a mi abuela...
—Pero también le va a la hermana de mi cuñado.
—Este lo he tomado yo primero.
—No, primero yo.
Había gente que salía corriendo con tres, cuatro sombreros, uno para cada miembro de la familia. También llegó una monja corriendo; pedía gorras para los huerfanitos.
Y cuantos más recogía la gente, más caían del cielo.
Cubrían el suelo público, llenaban los balcones. Sombreros, sombreritos, gorras, gorritos, bombines, chisteras, chapeos, sombrerazos de cow-boy, sombreros de teja, de pagoda, con cinta, sin cinta...
El contable Bianchini ya tenía diecisiete entre los brazos y no se decidía a seguir su camino.
—No todos los días hay una lluvia de sombreros, hay que aprovecharlo, uno se aprovisiona para toda la vida, como a mi edad la cabeza ya no crece...
—Si acaso se hará más pequeña.
—¿Cómo más pequeña? ¿Qué pretende insinuar? ¿Que perderé la cabeza?
—Vamos, vamos, no se enfade, contable; llévese esa gorra militar...
Y los sombreros llovían, llovían... Uno cayó justo encima de la cabeza del guardia (que ya no dirigía el tráfico; total, los sombreros se iban donde querían): era una gorra de general y todos dijeron que era una buena señal y pronto ascenderían al guardia.
¿Y luego?
martes, 27 de octubre de 2009
Afilando el lápiz
Te proponemos que traduzca este cuento del escritor argentino J. Cortázar
LA INMISCUSIÓN TERRUPTA
Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se lo ladea hasta el copo.
-¡Asquerosa! –brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivolarle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abroncojantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de ésas que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgándose de ida y de vuelta cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.
-¡Payahás, payahás! –crona el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas que para qué.
-¿Te das cuenta? –sinterruge la señora Fifa.
-¡El muy cornaputo! –vociflama la Tota.
Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son así las tofifas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas.
Julio Cortázar, Último round.
¿Cuánto tiempo dedicás diariamente a la lectura?
Otras lecturas
Etiquetas
BLOG SUMATE
ESCRIB@MOS
Botto María Isabel
Vaena Estela